Francisco de Aldana.

El capitán Francisco de Aldana (Nápoles, 1537 - Alcazarquivir, 1578) luchó en Italia y Flandes, espió en Marruecos y murió en la derrota de Alcazarquivir, donde "...andando Aldana a pie por le haber muerto el caballo, le encontró el rey y le dijo: -Capitán, ¿por qué no tomáis caballo?- Y él dicen que le respondió: -Señor, ya no es tiempo sino de morir, aunque sea a pie.- Y con la espada en la mano tinta en sangre se metió entre los enemigos..."


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Primeros versos



Soneto.

Alma Venus gentil, que al tierno arquero

hijo puedes llamar, y el niño amado

madre puede llamarte, encadenado

al cuello alabastrino el brazo fiero:

yo, tu siervo Damón, pobre cabrero,

más no pudiendo dar de mi ganado,

a tus aras y altar santo y sagrado

ofrezco el corazón de este cordero;

en memoria del cual, benigna diosa,

por el Amor te pido, y juntamente

pedirte quiero Amor, por Venus tuya,

que el pecho helado y frío de mi hermosa

pastora enciendas todo en llama ardiente

tal que su curso enfrene y no más huya.

El capitán Aldana.

Soneto.

-¿Cuál es la causa, mi Damón, que estando

en la lucha de amor juntos trabados

con lenguas, brazos, pies, y encadenados

cual vid que entre el jazmín se va enredando

y que el vital aliento ambos tomando

en nuestros labios de chupar cansados,

en medio a tanto bien somos forzados

llorar y suspirar de cuando en cuando?

-Amor, mi Filis bella, que allá dentro

nuestras almas juntó, quiere en su fragua

los cuerpos ajuntar también tan fuerte

que no pudiendo, como esponja el agua,

pasar del alma al dulce amado centro,

llora el velo mortal su avara suerte.

El capitán Aldana.

Soneto.

Otro aquí no se ve que, frente a frente,

animoso escuadrón moverse guerra,

sangriento humor teñir la verde tierra

y tras honroso fin correr la gente.

Este es el dulce son que acá se siente:

"¡España, Santïago, cierra, cierra!"

y por süave olor, que el aire atierra,

humo que azufre da con llama ardiente.

El gusto envuelto va tras corrompida

agua, y el tacto sólo apalpa y halla

duro trofeo de acero ensangrentado,

hueso en astilla, en él carne molida,

despedazado arnés, rasgada malla:

¡oh sólo de hombres digno y noble estado!

El capitán Aldana.

Soneto.

Mil veces callo que romper deseo

el cielo a gritos, y otras tantas tiento

dar a mi lengua voz y movimiento,

que en silencio mortal yacer la veo.

Anda cual velocísimo correo

por dentro el alma el suelto pensamiento

con alto y de dolor lloroso acento,

casi en sombra de muerte un nuevo Orfeo.

No halla la memoria o la esperanza

rastro de imagen dulce y deleitable

con que la voluntad viva segura:

cuanto en mí hallo es maldición que alcanza,

muerte que tarda, llanto inconsolable,

desdén del cielo, error de la ventura.

El capitán Aldana.

La vanidad del mundo.

En fin, en fin, tras tanto andar muriendo,

tras tanto varïar vida y destino,

tras tanto de uno en otro desatino

pensar todo apretar, nada cogiendo,

tras tanto acá y allá yendo y viniendo

cual sin aliento inútil peregrino,

¡oh Dios!, tras tanto error del buen camino,

yo mismo de mi mal ministro siendo,

hallo, en fin, que ser muerto en la memoria

del mundo es lo mejor que en él se asconde,

pues es la paga de él muerte y olvido,

y en un rincón vivir con la victoria

de sí, puesto el querer tan sólo adonde

es premio el mismo Dios de lo servido.

El capitán Aldana.