Lupercio Leonardo de Argensola.

El secretario Lupercio Leonardo (Barbastro, 1559 - Nápoles, 1613), hermano del doctor Bartolomé Leonardo, fue cronista de Aragón y sirvió a la emperatriz María y al conde de Lemos. Quemó muchas de sus poesías y en su testamento ordena a su sobrino que los papeles que deja "nunca se esparzan ni vayan a manos ajenas".

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Primeros versos.

Soneto.

Llevó tras sí los pámpanos octubre

y con las grandes lluvias, insolente,

no sufre Ibero márgenes ni puente,

mas antes los vecinos campos cubre.

Moncayo, como suele, ya descubre

coronada de nieve la alta frente

y el Sol apenas vemos en Oriente

cuando la opaca tierra nos lo encubre.

Sienten el mar y selvas ya la saña

del Aquilón, y encierra su bramido

gente en el puerto y gente en la cabaña.

Y Fabio, en el umbral de Tais tendido,

con vergonzosas lágrimas lo baña

debiéndolas al tiempo que ha perdido.

Lupercio Leonardo de Argensola.

Soneto.

Tiempo fue cuando yo, como en Egito,

un cabrón adoraba o un becerro,

un lobo, un cocodrilo, un medio perro,

o algún parto más fiero y exquisito.

Por huir el lugar, después maldito,

escogí voluntario mi destierro,

consumiendo con llamas o con hierro

cualquier memoria del infame rito.

Y de la luz divina que contemplo

-de quien un vil temor privarme pudo,

haciéndome cobarde siervo oculto-

de tal manera ya visito el templo,

que ofreceré mi pecho al hierro agudo

por defender sus aras y su culto.

Lupercio Leonardo de Argensola.

Al sueño.

Imagen espantosa de la muerte,

sueño crüel, no turbes más mi pecho,

mostrándome cortado el nudo estrecho,

consuelo solo de mi adversa suerte.

Busca de algún tirano el muro fuerte,

de jaspe las paredes, de oro el techo,

o el rico avaro en el angosto lecho

haz que temblando con sudor despierte.

El uno vea popular tumulto

romper con furia las herradas puertas,

o al sobornado siervo el hierro oculto;

el otro, sus riquezas descubiertas

con llave falsa o con violento insulto:

y déjale al Amor sus glorias ciertas.

Lupercio Leonardo de Argensola.

Al Amor.

Si quiere Amor que siga sus antojos

y a sus hierros de nuevo rinda el cuello;

que por ídolo adore un rostro bello

y que vistan su templo mis despojos,

la flaca luz renueve de mis ojos,

restituya a mi frente su cabello,

a mis labios la rosa y primer vello,

que ya pendiente y yerto es dos manojos.

Y entonces, como sierpe renovada,

a la puerta de Filis inclemente

resistiré a la lluvia y a los vientos.

Mas si no ha de volver la edad pasada

y todo con la edad es diferente,

¿por qué no lo han de ser mis pensamientos?

Lupercio Leonardo de Argensola.

A Lice, vieja y fea.

¿Por fuerza quieres, Lice, ser hermosa?

O no tienes espejo o estás loca.

¿No consideras esa negra boca

a todo el mundo por su olor odiosa;

esa frente pintada y espaciosa

por falta de cabellos -que no es poca-

ni tu cuidado en componer la toca

sobre la calva estéril y engañosa?

Fortuna es ciega en cuanto distribuye,

ni mira a quién desnuda o a quién viste,

aunque contigo en dar tuvo descuento.

Edad larga te dio, que a muchos huye;

más negó lo demás, y así saliste

con mala cara y corto entendimiento.

Lupercio Leonardo de Argensola.