No concederé que me movía la justicia más que el amor, puesto que la justicia es también una forma de amor. Supe en verdad del poder, vi cómo se gobernaba este mundo, pero no lo acepté. Quise dar ejemplo. No quise decepcionarme a mí misma. Pero sentí miedo, como también ira, bajo unas formas que era incapaz de admitir. Así pues, no hablé de mis temores, sino más bien de mis esperanzas. Temí que mi cólera ofendiera a otros y que ellos me destruyeran. A pesar de toda mi certidumbre, temí que nunca sería lo bastante fuerte para comprender lo que me permitiría protegerme a mí misma. En ocasiones tuve que olvidar que era una mujer para llevar a término lo mejor de lo que era capaz. O me mentía sobre lo muy complicado que es ser mujer. Todos lo hacen, incluyendo a la autora de este libro. Pero no puedo perdonar a aquellos a quien sólo importaron su propia gloria o su bienestar. Pensaban que eran civilizados. Fueron despreciables. Malditos sean todos ellos.
 

Susan Sontag
El amante del volcán