Nueve días antes de su muerte, Immanuele Kant fue visitado por su médico. Viejo, enfermo y casi ciego, se levantó de su asiento y se quedó de pie, temblando de debilidad y musitando palabras ininteligibles. (...) Me di cuenta de que no se sentaría hasta que no lo hiciera el vistitante. Este así lo hizo y entonces Kant permitió que lo ayudara a sentarse y, después de haber recuperado en algo sus fuerzas, dijo: "El sentido de la Humanidad todavía no me ha abandonado". Nos conmovimos profundamente porque comprendimos que para el filósofo la vieja palabra Humanidad tenía una significación muy profunda, que las circunstancias del momento contribuían a acentuar: la orgullosa y trágica conciencia en el hombre de la persistencia de los principios de justicia y de verdad que habían guiado su vida, en oposición a su total sometimiento a la enfermedad, al dolor y a todo cuanto puede implicar la palabra inmortalidad. El hombre moral  -recordé yo que había escrito Kant treinta años antes- sabe que el más alto de los bienes no es la vida, sino la conservación de la propia dignidad. Y él supo hasta el fin vivir de acuerdo con sus principios.

 

Ricardo Piglia
Respiración artificial