El mar sólo es un conjunto de
olas sucesivas, igual que la vida
se compone de días y horas, que
fluyen una detrás de otra. Parece
una división muy sencilla, pero
esta operación, incorporada a la
mente, ha salvado del naufragio
a innumerables marineros y ha ayu-
dado a superar en tierra muchas
tragedias humanas. Recuerdo ha-
berlo leído, tal vez, en alguna no-
vela de Conrad. Si en medio de
un gran temporal el navegante
piensa que el mar encrespado for-
ma un todo absoluto, el ánimo
sobrecogido por la grandeza de
la adversidad entregará muy
pronto sus fuerzas al abismo; en
cambio, si olvida que el mar es un
monstruo insondable y concentra
su pensamiento en la ola concre-
ta que se acerca y dedica todo el
esfuerzo a esquivar su zarpazo y
realiza sobre él una victoria singu-
lar, llegará el momento en que el
mar se calme y el barco volverá
a navegar de modo placentero. Co-
mo las olas del mar, los días y los
horas baten nuestro espíritu lle-
vando en su seno un dolor o un
placer determinado que siempre
acaba por pasar de largo. Cuan-
do éramos niños desnudos en la
playa no teníamos conciencia del
mar abstracto sino del oleaje que
invadía la arena y contra él se
establecía el desafío, Cada ola era
una combate. Había olas muy ten-
didas que apenas mojaba nues-
tros pies y otras más alzadas que
hacían flotar nuestro cuerpo; al-
gunas llegaban a inundarnos por
completo con cierto amor apaci-
ble, pero, de pronto, a media dis-
tancia de nuestro pequeño hori-
zonte marino aparecía una gran
ola muy cóncava adornada con
una furiosa cresta de espuma que
era recibida con gritos sumamen-
te excitados. Los niños nos prepa-
rábamos para afrontarla: los más
audaces preferían atravesarla cla-
vándose en ella de cabeza, otros
conseguían coronarla acomodan-
do el ritmo corporal a su embesti-
da y quienes no veían en ella una
lucha concreta sino un peligro in-
salvable quedaban abatidos y
arrollados. Con cuánto placer
dormía uno esa noche con los la-
bios salados y el cuerpo cansado,
abrasado por el sol pero no vencido.
La práctica de aquellos baños
inocentes en la orilla del mar es la
mejor filosofía para sobrevivir a las
adversidades. El infinito no
existe, el abismo sólo es un con-
cepto. Las pequeñas tragedias de
cada día se componen de olas
que baten el costado de nuestro
navío. La única sabiduría consis-
te en dividir la vida en días y ho-
ras para extraer de cada una de
ellas una victoria concreta sobre
el dolor y una culminación del
placer que te regale, Una sola ola
es la que te hace naufragar. De
esa hay que salvarse.

 

        Las olas
                Manuel Vicent