D. Luis de Góngora

D. Luis de Góngora y Argote (Córdoba, 1561 - Madrid, 1627), jugador de naipes y autor -como Quevedo y Lope, con quienes tales injurias intercambió - de los más perfectos sonetos de nuestra lengua.


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Primeros versos:

Soneto.

Mientras por competir con tu cabello

oro bruñido el sol relumbra en vano,

mientras con menosprecio en medio el llano

mira tu blanca frente al lilio bello,

mientras a cada labio, por cogello,

siguen más ojos que a clavel temprano,

y mientras triunfa con desdén lozano

del luciente cristal tu blanco cuello,

goza cuello, cabello, labio y frente,

antes que lo que fue en tu edad dorada

oro, lilio, clavel, cristal luciente,

no sólo en plata o vïola truncada

se vuelva, mas tú y ello juntamente

en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

D. Luis de Góngora.

A Córdoba.

¡Oh excelso muro, oh torres coronadas

de honor, de majestad, de gallardía!

¡Oh gran río, gran rey de Andalucía,

de arenas nobles ya que no doradas!

¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas

que privilegia el cielo y dora el día!

¡Oh siempre glorïosa patria mía,

tanto por plumas cuanto por espadas!

Si entre aquellas rüinas y despojos

que enriquece Genil y Dauro baña

tu memoria no fue alimento mío,

nunca merezcan mis ausentes ojos

ver tu muro, tus torres y tu río,

tu llano y sierra, ¡oh patria!, ¡oh flor de España!

D. Luis de Góngora.

La brevedad engañosa de la vida.

Menos solicitó veloz saeta

destinada señal, que mordió aguda;

agonal carro por la arena muda

no coronó con más silencio meta,

que presurosa corre, que secreta

a su fin nuestra edad. A quien lo duda,

fiera que sea de razón desnuda,

cada sol repetido es un cometa.

¿Confiésalo Cartago y tu lo ignoras?

Peligro corres, Licio, si porfías

en seguir sombras y abrazar engaños.

Mal te perdonarán a tí las horas;

las horas, que limando están los días,

los días, que royendo están los años.

D. Luis de Góngora.

Soneto.

De pura honestidad templo sagrado,

cuyo bello cimiento y gentil muro

de blanco nácar y alabastro duro

fue por divina mano fabricado;

pequeña puerta de coral preciado,

claras lumbreras de mirar seguro,

que a la esmeralda fina el verde puro

habéis para viriles usurpado;

soberbio techo, cuyas cimbrias de oro

al claro sol, en cuanto en torno gira,

ornan de luz, coronan de belleza;

ídolo bello, a quien humilde adoro,

oye piadoso al que por tí suspira,

tus himnos canta y tus virtudes reza.

D. Luis de Góngora.

Al nacimiento de Cristo Nuestro Señor.

Pender de un leño, traspasado el pecho

y de espinas clavadas ambas sienes,

dar tus mortales penas en rehenes

de nuestra gloria, bien fue heroico hecho;

pero más fue nacer en tanto estrecho

donde, para mostrar en nuestros bienes

a dónde bajas y de dónde vienes,

no quiere un portalillo tener techo.

No fue esta más hazaña, oh gran Dios mío,

del tiempo, por haber la helada ofensa

vencido en flaca edad con pecho fuerte

(que más fue sudar sangre que haber frío),

sino porque hay distancia más inmensa

de Dios a hombre, que de hombre a muerte.

D. Luis de Góngora.

Soneto.

La dulce boca que a gustar convida

un humor entre perlas destilado

y a no invidiar aquel licor sagrado

que a Júpiter ministra el garzón de Ida,

amantes no toquéis, si queréis vida;

porque entre un labio y otro colorado

Amor está, de su veneno armado,

cual entre flor y flor sierpe escondida.

No os engañen las rosas, que a la aurora

diréis que, aljofaradas y olorosas,

se le cayeron del purpúreo seno;

manzanas son de Tántalo, y no rosas,

que después huyen del que incitan ahora,

y sólo del Amor queda el veneno.

D. Luis de Góngora.

Soneto.

Ni en este monte, este aire, ni este río

corre fiera, vuela ave, pece nada,

de quien con atención no sea escuchada

la triste voz del triste llanto mío;

y aunque en la fuerza sea del estío

al viento mi querella encomendada,

cuando a cada cual de ellos más le agrada

fresca cueva, árbol verde, arroyo frío,

a compasión movidos de mi llanto

dejan la sombra, el ramo y la hondura,

cual ya por escuchar el dulce canto

de aquel que, de Estrimón en la espesura,

los suspendía cien mil veces. ¡Tanto

puede mi mal, y pudo su dulzura!

D. Luis de Góngora.

Al Conde-Duque de Olivares.

En la capilla estoy, y condenado

a partir sin remedio de esta vida;

siento la causa aún más que la partida,

por hambre expulso como sitïado.

Culpa sin duda es ser tan desdichado;

mayor, de condición ser encogida.

Dellas me acuso en esta despedida,

y partiré a lo menos confesado.

Examine mi suerte el hierro agudo,

que a pesar de sus filos me prometo

alta piedad de vuestra excelsa mano.

Ya que el encogimiento ha sido mudo

los números, señor, de este soneto

lenguas sean y lágrimas no en vano.

D. Luis de Góngora


Soneto.

Tres veces de Aquilón el soplo airado

del verde honor privó las verdes plantas

y al animal de Colcos otras tantas

ilustró Febo su vellón dorado,

después que sigo, el pecho traspasado

de aguda flecha, con humildes plantas,

¡oh bella Clori!, tus pisadas santas

por las floridas señas que da el prado.

A vista voy -tiñendo los alcores

en roja sangre- de tu dulce vuelo,

que el cielo pinta de cien mil colores.

Tanto, que ya nos siguen los pastores

por los extraños rastros que en el suelo

dejamos, yo de sangre, tú de flores.

D. Luis de Góngora.


Soneto.

Cosas, Celalba mía, he visto extrañas:

cascarse nubes, desbocarse vientos,

altas torres besar sus fundamentos

y vomitar la tierra sus entrañas;

duras puentes romper, cual tiernas cañas,

arroyos prodigiosos, ríos violentos,

mal vadeados de los pensamientos

y enfrenados peor de las montañas;

los días de Noé, gentes subidas

en los más altos pinos levantados,

en las robustas hayas más crecidas.

Pastores, perros, chozas y ganados

sobre las aguas vi, sin forma y vidas,

y nada temí más que mis cuidados.

D. Luis de Góngora.


A los ríos de Valladolid.

Jura Pisuerga a fe de caballero

que de vergüenza corre colorado

sólo en ver que de Esgueva acompañado

ha de entrar a besar la mano a Duero.

Es sucio Esgueva para compañero

-culpa de la mujer de algún privado-

y perezoso para darle el lado,

y así ha corrido siempre muy trasero.

Llegados a la puente de Simancas

teme Pisuerga, que una estrecha puente

temerla puede el mar sin cobardía.

No se le da a Esguevilla cuatro blancas;

mas, ¿qué mucho, si pasa su corriente

por más estrechos ojos cada día?

D. Luis de Góngora.