El Conde de Villamediana.

D. Juan de Tassis y Peralta (Lisboa, 1582 - Madrid, 1622), Conde de Villamediana y Correo Mayor del Reino, fue muerto en la calle Mayor por un hombre que con "arma terrible de cuchilla, según la herida, le pasó del costado izquierdo al molledo del brazo derecho, dejando tal batería que aun en un toro diera horror". Ni sus contemporáneos ni la posteridad han podido averiguar si el asesino, nunca hallado, obraba por cuenta del Rey, celoso de sus galanteos a la Reina; o de sus compañeros de sodomía, temerosos de su cercana declaración ante el Tribunal que los juzgaba; o de cualquiera de los muchos a quienes injurió en prosa y en verso.

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Primeros versos.

Al alguacil Pedro Vergel.

La llave del toril, por ser más diestro,

dieron al buen Vergel y por cercano

deudo de los que tiene so su mano,

pues le tiene esta Villa por cabestro.

Aunque en esto de cuernos es maestro

y de la facultad es el decano,

un torillo, enemigo de su hermano,

al suelo le arrojó con fin siniestro.

Pero como jamás hombres han visto

un cuerno de otro cuerno horadado

y Vergel con los toros es bienquisto,

aunque esta vez le vieron apretado

sano y salvo salió, gracias a Cristo;

que Vergel contra cuernos es hadado.

El conde de Villamediana.

A la muerte de D. Rodrigo Calderón.

Éste que en la fortuna más subida

no cupo en sí, ni cupo en él su suerte,

viviendo pareció digno de muerte,

muriendo pareció digno de vida.

¡Oh Providencia nunca comprendida,

auxilio superior, aviso fuerte:

el humo en que el aplauso se convierte

hace la misma afrenta esclarecida!

Purificó el cuchillo los perfectos

medios que religión celante ordena

para ascender a la mayor victoria,

y trocando las causas sus efectos,

si glorias le conducen a la pena,

penas le restituyen a la Gloria.

El conde de Villamediana.

Primer Soneto amoroso.

Nadie escuche mi voz y triste acento,

de suspiros y lágrimas mezclado,

si no es que tenga el pecho lastimado

de dolor semejante al que yo siento.

Que no pretendo ejemplo ni escarmiento

que rescate a los otros de mi estado,

sino mostrar creído y no aliviado

de un firme amor el justo sentimiento.

Juntóse con el cielo a perseguirme

la que tuvo mi vida en opiniones

y de mí mismo a mí como en destierro.

Quisieron persuadirme las razones

hasta que en el propósito más firme

fue disculpa del yerro el mismo hierro.

El conde de Villamediana.

Soneto amoroso

Buscando siempre lo que nunca hallo,

no me puedo sufrir a mí conmigo

y encubierta la culpa y no el castigo

me tiene Amor, de quien nací vasallo.

Yo sufro y no me atrevo a declarallo

con ver tan imposible el bien que sigo,

que cuando me condena lo que digo

no me puedo valer con lo que callo.

Sigo como dichoso, no lo siendo;

quisiera dar razones y estoy mudo

y de puro rendido me defiendo.

Del tiempo fío lo que en todo dudo,

y en fin he de mostrar claro muriendo

que en mí el amor más que el agravio pudo.

El conde de Villamediana.

Al Príncipe de España, después Felipe IV.

Émulo al Sol saldrá del cielo hesperio

un rayo de las armas, y cometa

que con agüero de feliz planeta

al Asia librará de cautiverio.

Y revelando al mundo el gran misterio

verá el Levante ocasos de su seta;

uno el ovil, una la ley perfeta;

habrá un solo pastor y un solo Imperio.

Y la hidra inhumana, que no pudo

ver extinta con fuego ni cortada

el celo y el valor de sus abuelos,

al resplandor del soberano escudo

muerta caerá de miedo de la espada

que con filos de fe templan los cielos.

El conde de Villamediana.

A una dama que tañía y cantaba.

A regulados números su acento

reduce esta sirena dulce cuando

con las pulsadas cuerdas está dando

al arpa voz, al alma sentimiento.

Arco hace el Amor de su instrumento

y soberbio harpón de un mirar blando,

sol que, rayos de fuego articulando,

desvelo da al cuidado, sueño al viento.

Recuerde, pues, Amor, en la dormida

aura y sus plumas incesables bata

al son desta dulcísima armonía;

numerosas exequias de mi vida

serán, si la piedad no lo dilata,

flechas con yerba de su melodía.

El conde de Villamediana.

Reprende su marido a la actriz Josefa Vaca.

"Oiga, Josefa, y mire que ya pisa

esta corte del rey, cordura tenga;

mire que el vulgo en murmurar se venga

y el tiempo siempre sin hablar avisa.

Por nuestra santa y celestial divisa,

que de hablar con los príncipes se abstenga

y aunque uno y otro duque a verla venga

su marido no más, su honor, su misa."

Dijo Morales, y rezó su poco,

mas la Josefa le responde airada:

"¡Oh, lleve el diablo tanto guarda el coco!

¡Malhaya yo si fuese más honrada!"

Pero como ella es simple y él es loco,

miró al soslayo, fuese y no hubo nada.

El conde de Villamediana.